Analía54 había tenido una revelación: las plantas podían oírla. No es que fuera una experta en botánica o en telepatía, pero algo le decía que las macetas que adornaban su casa estaban atentas a cada uno de sus pensamientos.

Un día, mientras regaba su cactus (al que había nombrado Señor Espinas), se detuvo y pensó: “¿Qué haría un cactus si pudiera hablar? ¿Me diría algo sabio? ¿O me cuestionaría por siempre regarlo tan poco?” De repente, una corriente de aire le movió una hoja, y Analía54 se quedó congelada. “¡Lo sabía! ¡Estás escuchando mis pensamientos!”

El cactus, claro, no dijo nada, pero Analía54 estaba convencida. Y así, cada vez que pasaba cerca de sus plantas, no podía evitar hablar en voz baja. “¡No se pongan celosas, orquídeas! Ustedes también son bellas, pero, claro, el cactus tiene más carácter”. Las plantas eran como sus confidentes silenciosos, capaces de captar todo lo que pensaba.

Una tarde, mientras Analía54 veía una película de acción con explosiones, el helecho de la sala pareció moverse como si estuviera en sincronía con las escenas. ¡Eso ya era demasiado! El helecho también estaba reaccionando. “¿Estás emocionado por los disparos, helecho?” le preguntó. “¿Qué tal si hacemos una fiesta con las plantas? ¡Démosles una buena razón para mover esas hojas!”

Decidió que, a partir de ese momento, todas las plantas serían sus compañeras de fiesta. Cada vez que sentía que su día se volvía un caos, hablaba con las plantas y les contaba las situaciones más absurdas. Si algo salía mal, les pedía consejo. De alguna manera, le parecía que las plantas le daban la respuesta en forma de silencio… pero a veces, solo a veces, sus hojas se movían como si estuvieran aplaudiendo la idea.

Entonces, una mañana, decidió invitar a todas las plantas a un picnic en el jardín. Claro, nadie podía verlas, pero eso no la detenía. Puso manteles de cuadros en el suelo, colocó pequeñas tazas de té, y empezó a repartir galletas de papel (porque no le gustaba el azúcar). “No importa que no hablen”, pensó. “Lo importante es la compañía”.

Cuando terminó, se levantó para irse y vio que el cactus le había dado una señal. Había crecido un poco más alto. “¡Eureka! ¡Lo sabía! ¡El Señor Espinas está de acuerdo!”

Desde entonces, Analía54 no dejó de hablar con sus plantas, que parecían seguirla en cada uno de sus delirantes pensamientos. Y aunque nunca obtuvo una respuesta verbal, sabía que se entendían perfectamente.



Texto generado por ChatGPT en respuesta a interacciones personalizadas.
Cortesía de OpenAI.
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